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Lecciones de Japón para la cultura del riesgo asistencial en la sanidad española

El error médico como oportunidad institucional

Hace unas fechas planteábamos en este mismo blog una reflexión sobre la sanidad japonesa y su riesgo de politización.

La reciente victoria de Sanae Takaichi en las primarias del Partido Liberal Democrático —y su casi segura llegada al gobierno japonés el próximo día 15 de octubre— nos ha llevado a seguir reflexionando sobre un país que, sin proponérselo, se ha convertido en un espejo útil para pensar la sanidad española. Japón vuelve a ocupar titulares, esta vez por motivos políticos, pero lo interesante está en lo que permanece más allá de la coyuntura: su manera de entender el funcionamiento del sistema sanitario y, sobre todo, su forma de afrontar los errores médicos.

Hace unas semanas hablábamos del temor japonés a que su sanidad, hasta ahora un terreno ajeno a la confrontación partidista, pudiera empezar a politizarse. Sin embargo, incluso en medio de esa inquietud, Japón conserva fortalezas que lo distingue. En este caso, estudiando la sanidad del país Nipón nos ha llamado su cultura hacia la gestión de los errores en sanidad, que parte de enfocarlo como una cuestión sistémica, no como una falta individual.

El enfoque sistémico japonés de los errores

Cuando ocurre un incidente clínico en Japón, el reflejo inmediato no es buscar culpables, sino comprender qué ha fallado en el proceso. El análisis se hace de forma estructurada, con comités técnicos, revisiones independientes y una convicción compartida: los errores no nacen de la negligencia, sino de sistemas que permiten que algo salga mal. Es una forma de pensar que cambia por completo la conversación: el foco no está en el médico, sino en el conjunto de la organización.

Pero lo más llamativo es lo que sucede fuera del hospital: la implicación temprana de la familia del paciente. Desde el primer momento, los profesionales y los directivos la convocan, explican lo sucedido, piden disculpas si procede y comienzan juntos un proceso de análisis y reparación. No hay silencio, ni ocultamiento, ni una espera tensa a que llegue una demanda. El propósito es entender, reparar y evitar que vuelva a ocurrir. Solo después, si es necesario, se abre un proceso de compensación, pero no bajo el prisma del enfrentamiento judicial, sino del reconocimiento mutuo.

Detrás de esa práctica hay algo más profundo: una cultura social que valora la responsabilidad compartida y no penaliza la transparencia. En la sociedad japonesa, reconocer un error no implica perder prestigio; al contrario, refuerza la confianza, porque demuestra compromiso y honestidad. El error deja de ser una culpa y se convierte en una oportunidad de aprendizaje colectivo.

En ese mismo espíritu, las asociaciones médicas —como la Japan Medical Association— asumen un papel activo en la gestión de la responsabilidad clínica y su aseguramiento. No se limitan a representar a los médicos: gestionan seguros, fondos de compensación y programas de análisis de incidentes. Es decir, integran aseguramiento y seguridad en un mismo sistema. Y eso, por sí mismo, constituye un cambio cultural profundo respecto al modelo europeo o español.

España: el peso de la judicialización

En España, ese enfoque todavía parece lejano. Los errores médicos siguen atrapados en una lógica jurídica que convierte cada incidente en un caso. El sistema reacciona a través de reclamaciones, informes periciales y procedimientos que se alargan durante años. En ese recorrido, el aprendizaje se diluye y el miedo se consolida.

El médico se defiende. El hospital se protege. Y el paciente, en demasiadas ocasiones, se siente fuera de todo proceso.

El aseguramiento de la responsabilidad médica, que podría ser un instrumento de mejora, se mantiene como un mecanismo financiero. Cubre el daño, pero no previene el siguiente. Los datos de siniestralidad quedan encerrados en archivos jurídicos y no regresan nunca a los equipos que podrían aprender de ellos. La consecuencia es una cultura defensiva, no preventiva: se evita el riesgo, pero no se gestiona.

Un cambio cultural pendiente

Por eso, la lección japonesa no es solo técnica, es sobre todo cultural. El paso de un modelo reactivo a uno sistémico exige cambiar la manera en que las instituciones, los profesionales y la sociedad entienden la responsabilidad. En Japón, el error se analiza como un fallo del sistema; en España, todavía como un fallo del médico.

Esa diferencia no se corrige solo con normas, protocolos o pólizas. Requiere liderazgo, confianza y estructuras capaces de sostener la transparencia sin miedo al castigo. Implica, en definitiva, construir una cultura del riesgo gestionado, donde el aseguramiento, la seguridad del paciente y la gestión organizativa formen parte del mismo marco.

Y aunque nuestro entorno social es distinto —menos jerárquico, más judicializado y con una relación médico-paciente basada en la exigencia—, la dirección del cambio está clara: necesitamos pasar de cubrir el riesgo a gestionarlo, y de gestionar el riesgo a aprender de él.

La lección que permanece

Japón demuestra que la seguridad del paciente no se defiende en los tribunales, sino en las organizaciones. Que los errores médicos no son fracasos personales, sino síntomas de sistemas que necesitan evolucionar. Y que la confianza no se impone por decreto, se construye con hechos: con comunicación abierta, con humildad profesional y con compromiso institucional.

Desde nuestra propia experiencia, sabemos que en España se están dando pasos importantes. Las organizaciones avanzan, los profesionales participan cada vez más en iniciativas de seguridad y el concepto de riesgo gestionado comienza a abrirse camino.
Pero ejemplos como el japonés dejan claro que el recorrido es todavía largo, y que el cambio necesario no será solo normativo o técnico: deberá alcanzar también los planos cultural, organizativo e institucional.

Quizás ese sea el verdadero desafío: construir, poco a poco, una cultura de la seguridad que no tema reconocer los errores, sino aprender de ellos. Porque ahí empieza el verdadero progreso.

Ilustración de Antonio Burgueño, experto en gestión sanitaria

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