Ilustración de un hombre observando un muro mientras un martillo con las siglas IA lo golpea
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El muro de Pink Floyd y la paradoja de la inteligencia artificial en sanidad

Empecemos la reflexión unos años antes. El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, ejecutado por el régimen nazi en 1945, escribió desde la prisión una idea demoledora: la estupidez es más peligrosa que la maldad. La maldad se reconoce, se enfrenta, puede ser combatida. La estupidez, en cambio, es pasiva, se disfraza de normalidad, se apoya en la masa y se resiste a toda razón. Cuando una sociedad elige no pensar, cuando prefiere repetir consignas en vez de dudar, la estupidez se convierte en fuerza política y cultural.

Bonhoeffer advertía de algo profundo: la estupidez no es un problema intelectual, sino moral. No depende de la capacidad de saber, sino de la renuncia a querer pensar. Y esa renuncia puede convertir a una multitud en cómplice del poder, aunque no lo sepa.

Décadas después, la cultura popular recogió esta intuición en un lugar inesperado: un disco de rock. En The Wall (1979), Pink Floyd nos muestra a un protagonista que, ladrillo a ladrillo, levanta un muro que termina aislándolo del mundo. Cada ladrillo es una experiencia dolorosa, una imposición social, una renuncia: la escuela autoritaria, la propaganda, la incomunicación, la fama alienante. El muro es refugio, pero también prisión. Y es, sobre todo, metáfora de cómo las sociedades construyen muros de uniformidad y pensamiento acrítico que terminan atrapando a todos.

Internet: una escuela de pensamiento crítico

La llegada de Internet supuso, en sus primeros años, un escenario distinto. Buscar información en la red era un trabajo crítico: había que comparar fuentes, contrastar datos, leer perspectivas opuestas, descartar bulos. Internet no ofrecía una verdad en bandeja: había que construirla. En ese sentido, la red se convirtió en una escuela de pensamiento crítico.

Quien quería aprender debía sumergirse en un océano de información, pero de esa abundancia surgía la exigencia de seleccionar, razonar y tomar posición. Internet, en sus inicios, multiplicaba las posibilidades de acceso al conocimiento, pero dejaba claro que la responsabilidad de pensar recaía en el usuario.

Redes sociales: la fábrica de la estupidez

Las redes sociales transformaron esa dinámica. Su lógica ya no es la del esfuerzo de búsqueda, sino la de la inmediatez. Los algoritmos deciden qué vemos, en qué orden, cuánto dura nuestra atención. Y lo que más capta nuestra atención no es lo más complejo ni lo más razonado, sino lo breve, lo emocional, lo polarizante.

Así, los memes sustituyen al argumento, los eslóganes al razonamiento, los “me gusta” al juicio crítico. Las redes son el escenario donde triunfa lo simplista, lo rápido, lo estúpido en el sentido que denunciaba Bonhoeffer: la renuncia voluntaria a pensar por uno mismo. Cada clic se convierte en un ladrillo más en ese muro invisible de uniformidad acrítica.

Inteligencia artificial: ¿ladrillo o martillo?

En este contexto, emerge la inteligencia artificial. Y aquí se abre una paradoja.

Por un lado, la IA puede ser la coronación de la estupidez colectiva. Si aceptamos sin cuestionar lo que nos devuelve un algoritmo, dejamos de pensar. Es el atajo perfecto: una respuesta inmediata, sin esfuerzo, sin contraste. Cada respuesta acríticamente aceptada es un nuevo ladrillo en el muro: aparenta solidez, pero encierra sumisión.

Pero, por otro lado, la IA puede ser una grieta en ese muro. Usada críticamente, es capaz de conectar ideas distantes, sintetizar información dispersa, abrir caminos que el ojo humano tardaría años en recorrer. A diferencia de la búsqueda clásica en Internet, la IA ofrece algo más: no solo recopila, también interpreta, sugiere, provoca.

La diferencia, entonces, no está en la herramienta, sino en la actitud. La IA puede ser ladrillo o martillo: muro o golpe que lo rompe. La clave sigue siendo la misma que señaló Bonhoeffer: no es un problema intelectual, sino moral. La cuestión no es lo que la máquina sabe, sino si nosotros decidimos pensar con ella o limitarnos a repetir lo que dice.

La paradoja en sanidad: uniformidad crítica

En el ámbito social y cultural, la homogeneización que trae la IA corre el riesgo de convertirse en un muro más de estupidez. Pero en el ámbito sanitario ocurre un fenómeno distinto. Aquí, la estandarización de la toma de decisiones no es un defecto, sino una virtud necesaria: evita errores, garantiza equidad, protege al paciente.

La paradoja está en que esa uniformidad no puede ser rígida ni estática: debe asentarse sobre un pensamiento crítico continuo. La práctica clínica exige un ciclo virtuoso: estandarizamos, pero cuestionamos; validamos, pero revisamos; aprendemos, pero volvemos a poner en cuestión lo aprendido. Así, lo que en lo social puede ser un muro que encierra, en la medicina se convierte en un tejido dinámico de seguridad.

Y aquí la inteligencia artificial y el machine learning juegan un papel crucial. No basta con aceptar el dogma de que la IA “es buena para la sanidad”. El pensamiento crítico exige preguntar: ¿cuándo lo es?, ¿en qué ámbitos?, ¿con qué herramientas?, ¿cómo encaja en nuestra cultura organizativa y en la forma de decidir de nuestros equipos? Solo así dejamos de ver la IA como un fetiche y la convertimos en un aliado real.

Ese ciclo virtuoso —uniformidad y crítica, repetición y revisión— solo puede sostenerse con máquinas que aprenden con nosotros y de nosotros. Integrando evidencias, corrigiendo sesgos, detectando patrones invisibles, devolviendo conocimiento al punto de partida.

En lo social, la IA puede ser el ladrillo que agranda el muro de la estupidez. En la sanidad, si se usa críticamente, puede ser el martillo que garantiza que ese muro no se convierta nunca en cárcel, sino en muralla dinámica de protección.

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Un comentario

  1. No he poduido leerlo escuchando mientras a Pink Floyd porque no me ha funcionado, querido Antonio, pero la simple lectura (sin es música de fondo) es bien clara. De acuerdo en tod.

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