Ilustración de una médica utilizando un ordenador con elementos de soporte a la decisión clínica: manuales, guías clínicas, algoritmos, soporte informático, inteligencia artificial y machine learning.
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Inteligencia artificial en sanidad, aportando valor a los procesos… y no al revés

Ilustración de Antonio Burgueño, experto en gestión sanitaria

Tras el análisis publicado recientemente sobre la experiencia de Corea del Sur y su forma de integrar la innovación en entornos clínicos reales ( http://enclavesalud.com/lecciones-desde-corea-del-sur-primero-cultura-y-procesos-luego-tecnologia/ ), resulta especialmente útil trasladar esa perspectiva al ámbito concreto de la inteligencia artificial. Aquellas lecciones —la importancia del orden, la coherencia entre cultura y procesos, y la integración gradual de la tecnología— permiten reflexionar sobre cómo debe incorporarse la IA en nuestro propio sistema sanitario.

Los análisis sobre inteligencia artificial en sanidad suelen comenzar mirando a la tecnología: su precisión, su potencial, sus avances. Es comprensible. Pero no debe olvidarse que la IA se inserta en procesos asistenciales concretos, modelados por la práctica clínica, por la organización y por la cultura profesional que sostiene el sistema sanitario. Su éxito dependerá de su capacidad para integrarse de forma natural en la praxis diaria, en los hábitos de trabajo y en las decisiones que estructuran la atención. Y esa integración debe considerarse desde el mismo momento en que se diseña cualquier solución.

El proceso asistencial como escenario natural de la IA

El recorrido de un paciente por el sistema sanitario no es una secuencia lineal de pasos ni una suma de acciones aisladas, sino una cadena de decisiones clínicas y organizativas concatenadas. Desde la primera valoración hasta el diagnóstico, el tratamiento o incluso la prevención, cada decisión orienta el rumbo del proceso y define los recursos necesarios.

La IA puede aportar un valor significativo cuando se inserta dentro de ese entramado decisional, apoyando al profesional en el momento preciso y de un modo coherente con su forma de trabajar. No se trata de adaptar los procesos a la tecnología, sino de que la tecnología respalde la lógica del proceso asistencial y contribuya a que este se desarrolle con mayor calidad y consistencia.

El contexto importa: cultura profesional, organizativa y social

La adopción de nuevas tecnologías está profundamente condicionada por el entorno humano, organizativo y social del sistema sanitario. Ese contexto determina cómo se entiende la innovación, cómo se afronta y cómo, finalmente, se incorpora al trabajo cotidiano.

La cultura profesional aporta una base esencial. La toma de decisiones clínicas se apoya en la experiencia, en la evidencia científica y en el intercambio entre colegas. Es un saber dinámico, global y estructural, que la IA debe respetar y complementar sin desplazar el juicio clínico.

A ello se suma la cultura organizativa, que marca el ritmo de adopción dentro de cada centro. No todas las organizaciones se encuentran en el mismo grado de madurez tecnológica o estructural; algunas avanzan rápido y otras prefieren trayectorias más progresivas. Ambas aproximaciones son legítimas y condicionan la forma en que la IA puede integrarse con realismo.

La cultura social, finalmente, actúa como un marco más amplio que influye en cómo los colectivos conciben la innovación. En este contexto, “cultura” implica creencias, expectativas, valores compartidos y formas de relacionarse que varían entre países, regiones, grupos profesionales e incluso generaciones. Esa diversidad afecta directamente al modo en que se adopta cualquier tecnología.

La IA solo puede integrarse de manera eficaz cuando estas tres dimensiones —profesional, organizativa y social— se consideran de forma conjunta y se gestionan con metodologías que faciliten la transición. La integración tecnológica es, ante todo, un proceso humano y organizativo.

La decisión clínica: donde la IA aporta más valor

Los momentos decisivos del proceso asistencial —una duda diagnóstica, la reorganización de información, la elección entre alternativas terapéuticas o un cambio clínico relevante— son escenarios naturales para la IA.

La magnitud actual del conocimiento científico hace imposible que una sola persona pueda abarcar toda la información necesaria para tomar decisiones óptimas de forma constante. Por ello, la IA aporta valor cuando facilita la estructuración de información compleja, ayuda a detectar relaciones no evidentes, sugiere opciones basadas en datos y complementa la experiencia profesional con nuevas perspectivas.

Este potencial se consolida únicamente cuando la IA se integra en el proceso, no cuando intenta condicionarlo o anticiparse a él. La tecnología no sustituye la esencia de la decisión clínica, pero sí puede garantizar mayor consistencia, aportar precisión y asegurar la coherencia del proceso asistencial.

La eficiencia y la toma de decisiones

La eficiencia sanitaria —el uso racional y eficaz de los recursos diagnósticos, terapéuticos, humanos y tecnológicos— depende fundamentalmente de la calidad de las decisiones clínicas. Cada decisión determina cuántos recursos necesita un paciente, en qué secuencia y con qué intensidad.

La constante expansión del conocimiento ha multiplicado las alternativas disponibles, haciendo que las guías clínicas, vías asistenciales y algoritmos de decisión resulten, en ocasiones, difíciles de mantener actualizados y de aplicar en la práctica.

De ahí el avance hacia herramientas de apoyo a la decisión clínica y, más recientemente, hacia soluciones basadas en inteligencia artificial y machine learning. Estos modelos permiten retroalimentar el conocimiento, refinar recomendaciones y adaptarse a la práctica real. Salvando las distancias —todas ellas a favor del juicio humano— este enfoque aproxima la ayuda digital a la forma en que las personas integramos información compleja para decidir.

Conclusión: cuando el proceso guía, la tecnología cumple

La inteligencia artificial tiene un potencial enorme para mejorar la práctica clínica, fortalecer la seguridad del paciente y optimizar itinerarios asistenciales. Pero su impacto depende de un principio sencillo: solo funciona plenamente cuando el proceso asistencial está claro, bien estructurado y respaldado por una toma de decisiones coherente.

Cuando eso ocurre, la IA refuerza la consistencia, asegura la correcta aplicación del proceso y contribuye a que la atención fluya de manera más ordenada y eficiente.

Y es precisamente bajo esa premisa —primero el proceso, después la tecnología— cuando la inteligencia artificial deja de ser una promesa para convertirse en una herramienta real de valor para el sistema sanitario.

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